Por: Guillermo Pérez La Rotta
Como propuso Salomón Kalmanovitz, que el 1% de los hogares que se quedan con el 20.5% de la riqueza sean los que se metan la mano al bolsillo.
El 21 de octubre el
ministro Carrasquilla dio una entrevista al diario El Tiempo. Según
él, la reforma busca que dentro de 30 años todo ciudadano reciba una mesada,
luego de una edad de retiro (auxilio a la vejez), pues hoy eso no ocurre y la
mayoría está desprotegida (el 75%). ¿Cómo se lograría eso? Acabando con el
Régimen de Prima Media. ¿Qué es ese régimen? Atañe a las pensiones que ofrece
el Estado en Colpensiones, donde el jubilado recibe una proporción de su sueldo
durante su vida laboral, más un subsidio.
Ahora bien, al acabar
con el Régimen de Prima Media, dice el señor, no se afectarán los derechos
adquiridos de los que hasta hoy pertenecen a dicho sistema. Pero a partir de la
reforma, en Colpensiones se empezaría a definir la jubilación de cada persona, según
las capacidades ahorrativas de cada afiliado (“Hay que luchar para que haya una
correspondencia entre lo que se ahorra en el trabajo y lo que recibamos en
nuestra tercera edad: unas mesadas pensionales que correspondan con lo que
hemos ahorrado”, dijo el ministro). Supongo yo que una persona que ahorró
mucho, recibiría una pensión buena, pero al mismo tiempo aportará para dar una
mesada digna a otros que no la pueden tener.
No se trataría de
acabar con Colpensiones, sino de reconvertirla bajo el esquema de los fondos
privados. Es introducir la lógica del ahorro como fuente directa de
financiación, con un fin aparentemente equitativo. Grandes dudas surgen frente
a esas buenas intenciones de Carrasquilla. Se busca introducir en Colpensiones un
criterio de los fondos privados, donde toca ahorrar mucho, para que luego, con
la capitalización, se reparta la pensión entre aquel que ahorró y aquel que no
puede hacerlo; en proporciones que no creo equiparables a la ética de las
hermanitas de la caridad.
Aquella idea del
ministro es lo que presumiblemente también le parece bueno al señor Santiago
Montenegro, representante de los fondos privados, quien, cuando hace unos meses
encontró un mico en la ley de financiamiento, que permitía un paso masivo de los
fondos privados hacia Colpensiones, puso el grito en el cielo. Y bajo su flema
aparentemente humanista, dio un argumento parecido al de Carrasquilla: Hay
millones de seres que están en la inopia y hay que ayudarles. No pasen el
dinero a Colpensiones, piensen en salvar a los ancianos de hoy y el futuro.
Pero no nos quiten a nosotros la capitalización que traemos desde antaño. Esa
era la real preocupación de Montenegro.
En realidad creemos
que si se permitiera al ciudadano volver a Colpensiones, allí estaría una de
las posibles soluciones, al fortalecer ese fondo que se perjudicó desde las
reformas neoliberales. Sin embargo esto es utopía. Con la puerta que
generosamente abrieron nuestros políticos para instaurar los fondos privados,
se volvió negocio lo que antes era, y sigue siéndolo, un derecho. Y con ello se
eliminó la solidaridad como vínculo social, para privilegiar el individualismo
del “homo economicus”.
Por su parte, Eduardo
Sarmiento y Martha López proponen otra cosa: subir la edad de jubilación y el
porcentaje de cotización, pero bajar las semanas de aporte, para buscar un
progreso en miras a eliminar poco a poco la informalidad. Argumentan que
actualmente las tasas de reemplazo en Colpensiones oscilan entre 80 y 65 %, lo
cual es muy alto comparado con Chile o Estados Unidos (que oscilan entre 55 y
45%). A su vez, proponen que solo se afilien a Colpensiones solo aquellos que
ganan un salario mínimo y el resto se pasen a un fondo privado. Se mantiene
entonces una diferencia en la naturaleza de las dos opciones (privada y
pública) y esta última se ajusta para que pueda garantizar una mayorcobertura
de afiliados. La comparación con Chile resulta peligrosa, pues sabemos que hace
mucho tiempo los pensionados de ese país reciben mesadas muy bajas y ello hace
parte del estallido social reciente. Y de otro lado, la oferta privada que
proponen estos investigadores, desmerece, sabiendo también que fortalece el
capital de los grupos económicos y exige un ahorro personal grande.
Quizás le sirva la
idea a las personas que ganan mucho dinero, pero a la clase media no creo que
le ayude, máxime cuando encontramos que cada vez resulta más difícil llenar con
dignidad la canasta familiar, y el Estado puede golpear a la clase media y a
los más pobres con el IVA, como ocurrió con Santos; mientras que con el
argumento de crear empleo, le baja los impuestos a las empresas, como ocurrió
con la ley de financiamiento de Duque, que cayó recientemente.
Debería ser al revés,
como lo indica Salomón Kalmanovitz: que el 1% de los hogares que se quedan con
el 20.5% de la riqueza (dividendos, ganancias, rentas) y que poco han
contribuido con sus ingresos se metan la mano al bolsillo. Esto es acorde con
un sentido progresivo de la tributación. La discusión va a ser compleja.
Mientras la gente saldrá a la calle a protestar y el gobierno, algo cauteloso,
ha dicho por boca de Duque que este año no va a proponer reforma pensional.
Ladinamente, la metió cuidadosamente en el congelador, esperando otra coyuntura
futura frente a las explosiones actuales de protesta social.
Reflexiones al tema pensiones
Twitter: @orregojj
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