elespectador.com, 12 Oct 2019
Diego Guevara*
Getty Images
Han pasado 20 años
desde la crisis económica de 1999, que afectó a varias economías de la región,
como Brasil, Argentina, Ecuador y Colombia. Algunos de los problemas
estructurales de ese entonces siguen presentes hoy. ¿Qué lecciones se pueden
sacar de ese pasado?
Más que un año esperanzador, que albergaba las promesas de un nuevo siglo, 1999 es recordado
por ser uno de los momentos económicos más duros para la región.
Hace dos décadas, países como Brasil, Ecuador, Argentina y
Colombia experimentaron una serie de choques económicos
que tiñeron de incertidumbre y angustia la entrada del nuevo milenio.
El
lento crecimiento actual de la región, con indicadores preocupantes y agitación
social en lugares como Argentina y Ecuador, obliga
a mirar hacia la crisis de 1999 con algo más que sólo curiosidad histórica.
¿Qué lecciones puede ofrecer el pasado?
Para
la primera parte de los años 90, Brasil tuvo
un crecimiento importante, con apertura comercial y financiera, además de
estabilidad de precios. Sin embargo, sufrió un choque importante ante el freno
repentino en el flujo de capitales, fruto de la crisis del sudeste asiático y
de Rusia entre 1997 y 1998. La economía brasileña pasó de tener un crecimiento,
en 1997, de 3,4 % en su PIB a de 0,47 % en 1999, lo que derivó en una de las
crisis más importantes en su historia reciente.
Otra
de las economías afectadas en los años 90 fue Ecuador, que
pasó de tener un crecimiento de 3,2 % en 1998 a una preocupante contracción de
-4.7 % en 1999, con una inflación que rondaba 96 % hacia el año 2000.
En esta misma seguidilla de
debacles económicas encontramos a Argentina, en donde la economía estuvo
marcada por un decrecimiento en el PIB de -0.8 % que terminó con la grave
crisis de 2002, cuando el PIB registró una caída de -10.9 % y se llegó a una
tasa de desempleo de 19.5 %.
Colombia no fue la excepción a
estas dinámicas de desaceleración y crisis, que para nuestro caso también
estuvieron antecedidas por un “boom” económico en el primer lustro de los 90,
como parte de la llamada apertura económica. En un escenario de mayores
posibilidades de financiamiento externo la deuda del país aumentó, las
instituciones financieras crecieron en su número y adicionalmente otorgaron mayores
créditos a los colombianos, de la mano de unas políticas de desregulación
financiera.
Una de estas políticas de liberalización del sector financiero fueron los
cambios que sufrió la indexación del UPAC (Unidad
de Poder Adquisitivo Constante), que inicialmente crecía con la inflación, pero
luego se indexó a la tasa DTF (depósito a término fijo).
Ante estos cambios, promulgados bajo la lógica de estimular el ahorro, los
choques de las crisis de los países emergentes tuvieron efectos en el
financiamiento externo y, a la vez, en la tasa de interés local que determinaba
la DTF.
El
resultado de estos manejos fue que el UPAC llegó
a altísimos niveles y los créditos se hicieron impagables para los colombianos
que habían adquirido vivienda bajo esta unidad. En este escenario el sistema
bancario colombiano empezó a afrontar debilidades, las cuales terminaron por
impactar la economía local por completo. El crecimiento del PIB fue 0,57 % en
1998 y cayó dramáticamente a -4.2% en 1999, todo esto con un cifra de desempleo
de 20 %.
Ante
esta profunda crisis, Colombia tuvo que recurrir a la ayuda del Fondo Monetario Internacional (FMI)
y buscó acceso a un préstamo de US$3.000 millones en una línea de crédito
denominada “Extended Loan Facility”, que
fundamentalmente proveía divisas ante una fuerte devaluación de la moneda.
Como en otros escenarios, esta
línea de crédito estaba sujeta al cumplimiento de los ajustes macroeconómicos y
recomendaciones estándar de las entidades multilaterales en materia de
austeridad, privatizaciones y reformas que, a la larga, implicaban sacrificio
de derechos sociales.
En el caso de Ecuador también se recurrieron a paquetes de rescate del FMI y en 2000 se pidió un
crédito Stand-By por alrededor de US$300 millones. A la vez, el gobierno
ecuatoriano presentó las reformas en la Ley fundamental para la transformación
económica del país, que contemplaban los ajustes del FMI.
Para
el caso de Argentina las dinámicas fueron similares y se recurrió a un paquete
de rescate con el FMI en 2001 con un
préstamo de cerca de US$7.200 millones. Sin embargo, este no logró conjurar la
crisis de 2002 completamente.
Si bien cada una de estas crisis
tuvo sus propias particularidades, asociadas a elementos económicos de cada
país, el otro factor común en ellas (además del FMI) es la fuerte dependencia
del sector externo y la necesidad de dólares en un contexto de jerarquías
monetarias y globalización.
José Antonio Ocampo ha
denominado a esta dinámica como la dominancia de la balanza de pagos. Esto
implica, en esencia, que el ciclo económico está determinado por la
disponibilidad de divisas, sea por choques positivos (boom de las materias
primas que trae dólares) o disponibilidad de financiamiento externo (por
ejemplo, salida de inversionistas de portafolios emergentes cuando hay temores
en el mercado).
Y
es por esta vía por donde comenzamos a escuchar las enseñanzas que los
fantasmas de las crisis pasadas tienen para nosotros: 20 años después, Latinoamérica sigue sujeta a la dominancia de
la balanza de pagos y este es un punto fundamental para
analizar la coyuntura actual. De interés: Cuidado con estas economías: Argentina, Turquía y Sudáfrica).
Aunque las economías latinoamericanas han aprendido lecciones del pasado, los
riesgos asociados a la dominancia de la balanza de pagos siguen muy latentes y
pueden volver a ser el dolor de cabeza de la economía colombiana actualmente.
Un indicador fundamental en esta lectura es el déficit de cuenta corriente que,
según el Ministerio de Hacienda, puede alcanzar un valor de 4.5 % del PIB en
2019; hace 20 años, este indicador estuvo en 5.9 %.
Este
déficit se puede acentuar con los vientos de crisis que soplan desde muchas economías emergentes, como Argentina, por ejemplo. A
pesar de que el gobierno Macri aplicó los paquetes de reformas del FMI y amplió
en US$7.100 millones su línea con la entidad, la perspectiva general de la
economía no mejora y, de cara a las próximas elecciones, puede haber una fuga
de capitales si regresa el kirchnerismo al poder.
El
caso de Ecuador de la última semana plantea un reto similar, pues debido al
plan de rescate del FMI (con un crédito por US$4.209 millones) el país está
obligado a reducir el déficit fiscal, eliminar el subsidio a los combustibles y
bajar los salarios del sector público hasta en 20 %. Estas medidas han generado
una gran movilización social que pone en jaque al presidente Moreno y, de paso,
muestran la vulnerabilidad de las economías emergentes.
Adicionalmente,
si se materializa la desaceleración global pronosticada por muchos analistas
para 2020, y la guerra comercial China-EE. UU. no
es resuelta prontamente, la escasez de divisas claramente afectará el déficit
de cuenta corriente y el nivel de dólares en la economía colombiana.
La teoría económica dominante plantea la idea de que la tasa de cambio flexible
ayuda a amortiguar los choques externos, pero la pregunta del millón para la
economía colombiana es hasta dónde alcanzará esta flexibilidad ante un choque
global fuerte, pues las condiciones de absorber el golpe ya no son las de 2009
o 2014, cuando se cree que la tasa amortiguó la caída financiera global o de
los precios del petróleo.
Colombia ya empezó a
sentir los coletazos de estos fenómenos con la devaluación de su tasa de cambio
y un mayor déficit en la cuenta corriente. Y esta vez los choques externos
venideros serán más fuertes, pues ya no hay boom de materias primas que nos
ponga en posiciones “blindadas”.
Y si bien el manejo macroeconómico
de Colombia ha seguido las recetas tradicionales de ajuste y el gobierno
nacional apunta desesperadamente a unas reformas pensional y laboral para enviar
señales de disciplina fiscal a los inversionistas y al flujo de divisas, hoy
las condiciones globales pueden superar las medidas locales para atraer
divisas. Como ya se dijo, una economía como la colombiana en gran parte depende
de este flujo, más aún cuando gran parte de los bienes y servicios que consume
y necesita la población provienen del resto del mundo, para los cuales son
necesarias las divisas.
Así
entonces, si bien los dramáticos niveles de caída del PIB de hace 20 años
probablemente no se repetirán ya que muchas cosas han mejorado, tampoco es
impensable que ante los choques externos se sufra una fuerte desaceleración que
ponga de nuevo sobre la mesa al FMI en
Colombia, y sus paquetes condicionados a fuertes reformas que afectan los
derechos sociales de la población.
En 1997 nadie veía este escenario como algo posible gracias al supuesto buen
manejo macroeconómico del país en esa época. Lo curioso es que, hoy, muchos
podrían decir exactamente lo mismo, pero la gran dependencia externa y la
estructura económica primarizada del país son elementos que no se deben
olvidar.
* Profesor de la Escuela de Economía de la
Universidad Nacional de Colombia.
Reflexiones al tema pensiones
Twitter: @orregojj
Si los colombianos fueran más amantes a la lectura y estuvieran más enterados de sus efectos históricos y actuales políticos, sociales y económicos, hoy Colombia sería diferente, apatía que nos mata, con resultados para unos bien para otros mal. No es ni lo uno ni lo otro, es levantarnos y mirar que Colombia es linda, que lo único que nos hace falta, es ser más colombianos y ciudadanos, valorar lo que tenemos, cuidar más nuestra regiones...Colombia es grande, lo único que faltaba, es usted y de todos nosotros, es su amor verdadero de colombiano y actuar siempre de una manera limpia y sana, ser proactivos y visionarios, que cuidándola todos, habrá bienestar y desarrollo empresarial y humano para todos... Felicidades para todos y esperemos no volver a caer....
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